Dios nunca lo meterá en tentación sino que le permitirá llegar hasta el final de sus posibilidades. Si tiene un pecado que le asedia, Satanás vendrá contra usted continuamente con sus mentiras: "¡Eres demasiado débil nunca lo vas a lograr!".
Se oye el ruido de las cadenas con que Satanás trata de atarle a su hábito una vez más y usted se pregunta: "Señor, ¿cómo voy a levantarme de esto? ¡He caído tan bajo!"
¿Qué puede hacer? Usted sabe que no puede correr más rápido que el enemigo y no es rival para él en una pelea, por lo que se acobarda ante él, temblando de miedo.
Usted puede decirse a sí mismo: "Voy a volver a mis viejas costumbres. Por lo menos voy a estar a salvo de toda esta guerra espiritual ¡Esto es demasiado para mí!" Pero usted sabe que no puede volver a su viejo amo. Si se vuelves atrás ahora y deserta de Cristo, le costará la vida.
Muchos cristianos se quedan atrapados en el ciclo infernal de pecar y confesar, pecar y confesar. Corren a los amigos, consejeros, cualquiera que les escuche como lloran y oran. Tales creyentes hacen todo menos quedarse quietos y confiar en el Señor para traer su liberación.
El Antiguo Testamento nos da ejemplo tras ejemplo de cómo no tenemos poder en nuestra carne para librar batallas espirituales. Nuestro viejo hombre es completamente débil e impotente, pero tenemos un nuevo hombre dentro de nosotros. Este hombre nuevo entiende que no hay forma salida humana, que Dios tiene que hacer todo el combate. Nos resistimos al diablo no en nuestras fuerzas, sino por el poder del Espíritu Santo, que se revela en nosotros por la fe.
"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo" (Isaías 41:10).
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